El sábado 30 de Marzo de 1996 un grupo de presos de alto calibre se dispuso a escapar de la Unidad N°2 de Sierra Chica. Contaban con la ayuda de un arma y un plan casi perfecto.
Los muros de la cárcel estaban con poca custodia. Los internos colocaron una escalera de madera en la pared del pabellón ocho y Jorge Alberto Pedraza intentó enganchar una soga hecha de sábanas en el extremo superior del muro. El tiro falló, los guardias los vieron y empezaron a disparar. Desesperados, varios de los delincuentes se subieron a la escalera, haciendo que esta se desmorone.
El intento de fuga había fallado. Pero los internos venían guardando muchos años de rencores y disputas de poder adentro de Sierra Chica.
Cegados por la euforia y bajo los efectos de estupefacientes, decidieron que se iban a amotinar. Empezaban ocho días cargados de violencia, muerte, caos y sed de venganza.
Los amotinados, en el techo del penal.
Las primeras horas transcurrieron en medio de una confusión generalizada, se capturaron trece rehenes y los cabecillas de la toma incentivaron a los demás presos a adherir al reclamo. Mas de mil internos estuvieron de acuerdo con la toma de la Unidad N°2 y de un momento a otro Sierra Chica fue "tierra de nadie".
"Los doce Apóstoles" es el nombre que se le dio mediáticamente al grupo que inició la revuelta. Se los llamo así porque los jefes mas importantes coincidían en número con los discípulos de Jesús y porque los hechos se desarrollaron durante Semana Santa.
Lo cierto es que el motín fue solo una excusa para iniciar una serie de asesinatos a otros internos. Hubo un ajuste de cuentas.
Unas semanas antes el director del Servicio Penitenciario, Guillermo McLoughin llevó a un grupo de presos "con privilegios" a Sierra Chica para que encontraran una suspuesta pistola infiltrada y desbarataran un posible levantamiento. Ese fue el comienzo del fin. Se destaparon años de rencores y disputas por poder. Apóstoles y "arruinaguachos" no cabían en un mismo lugar. Lencinas y Pedraza no se podían cruzar. Acevedo y Gaitán se tenían jurados hacía rato.
Los Apóstoles, en el techo del penal.
La realidad dentro de los presidios es muy cruda. Las condiciones en que los internos cumplen sus condenas son realmente precarias y muchas veces las autoridades que deberían hacerse cargo de mejorar la situación miran para otro lado.
Haber investigado este enigmático caso me llevo a plantearme interrogantes que nunca antes había pensado.
Es cierto que los Apóstoles desataron una furia incontenible aquel Marzo de 1996 y es imposible excusar comportamientos tan salvajes como los que se vieron en Sierra Chica. Sin embargo el problema, las causas de este sangriento hecho... todo es mas profundo y complicado.
Empecemos por hablar de la complicidad del director del penal con los "arruinaguachos". Este grupo de presos tenía libertad absoluta en todas las cárceles bonaerenses. Manejaban una red de compraventa de drogas, asesinaban a quienes querían, robaban y violaban.
¿Los guardias? Liberaban la zona. ¿Los presos? Callaban por miedo. ¿McLoughlin? Agradecía al grupo y depositaba su confianza en ellos.
Se había creado un sistema de premios y castigos que permitían "mantener el orden" tras los muros. Pero esto creaba rencores, miedos, promesas de represalias, etc.
Cuando, leyendo, descubro que los "arruinaguachos" violaban a las familiares de otros internos en los baños de las salas de visita solo puedo pensar en el nivel de corrupción que se maneja en el mundo "tumbero". Poderosos y delincuentes negocian penas y libertades como si fuesen productos de mercado.
Es, entonces, valido suponer que si se da la oportunidad de poder saldar cuentas pendientes muchos no dudarían en hacerlo. Los Apóstoles, con Sierra Chica bajo sus ordenes, se sentían impunes. Tan impunes como eran los que perdieron la vida.
Lo segundo que llamó mi atención fueron los códigos tumberos. Para dar un pantallazo general de las distintas clasificaciones en la cárcel, a continuación explicaré algunos estereotipos:
- Los homicidas y violadores son lo mas despreciado dentro de los presidios. El resto de los delincuentes los odian, los consideran basura. No es lo mismo estar robando y matar a alguien para defenderte que matar por placer. Matar por matar es repudiable.
En cuanto a los violadores, estos criminales son considerado lo mas bajo de las cárceles (sobre todo si están condenados por pedofilia) y el resto de los internos se encargara de hacer con el lo mismo que el hizo con sus victimas.
-Los homosexuales y travistís satisfacen sexualmente a los demás. En Sierra Chica se encuentran en un pabellón separado por lo que es común que otros condenados vayan a visitarlos a la noche requiriendo sus servicios. Algunos tienen clientes fijos.
-Los mas jóvenes son los que buscan su lugar en los "ranchos" ya conformados y tratan de hacer famosos su nombre para ganarse el respeto de los pesos. Dentro de la cárcel el poder se mide por el miedo que te tiene el resto. Es paradójica la situación de los mas jóvenes porque si son violados por algún otro interno al momento de su llegada automáticamente su vida carcelaria esta arruinada. Son dejados de lado, ignorados y utilizados como servidumbre por los detenidos mas famosos. Si bien en la prisión se repudia al violador, también se margina al violado.
-Los cabecillas son por lo general los que cumplen condenas mas largas y con el pasar de los años van construyendo un prestigio alrededor de ellos. Quizás por haber matado a alguien en una lucha de facas, quizás por ser un delincuente famosos, o por ser solidario con los compañeros.
Sierra Chica fue el estallido de una profunda crisis en el sistema penitenciario argentino. Junto con esta unidad se amotinaron mas de diez cárceles en todo el país. Si bien todo comenzó con una fuga frustrada, con el pasar de las horas se empezaron a oír los reclamos que venían tras los muros: exigían mejoras edilicias, mayor y mejor alimentación, repudiaban el maltrato por parte de los guardias, etc.
El entonces gobernador de Buenos Aires, Eduardo Duhalde y el ex presidente de las Nación, Carlos Menem tuvieron que tomar las riendas de una situación que se volvió incontrolable.
Pasados los seis días de toma, los rehenes temían por sus vidas, los asesinados estaban siendo quemados y los presos pasados en droga y alcohol: todo era un caos.
El país entero miraba con asombro la terraza de Sierra Chica donde mas de veinte presos con caras tapadas gritaban, insultaban y amenazaban.
Una jueza había sido tomada por los Apóstoles y en los medios circulaban informaciones erróneas como posibles violaciones o un homicidio que nunca ocurrió. La jueza Malerne, dicho sea de paso, declaró mas tarde en contra del Servicio Penitenciario.
Tras ocho días de masacre, descontrol, incertidumbre y pánico los Doce Apóstoles se entregaron. Le hacieron firmar un petitorio a Duhalde para garantizar que serían trasladados a otro penal todos juntos. Se los llevaron a la antigua cárcel de Caseros donde cinco meses después volverían a intentar una fuga.
Recuadro explicativo del diario Clarín de la época.
Sierra Chica es un caso enigmático, con muchas aristas. Deja al descubierto las relaciones políticas dentro de las cárceles y como se juega un juego donde "vale todo". Cuenta la penosa vida que llevan los internos y evidencia, de manera escalofriante, hasta donde puede llegar un ser humano que busca venganza.
Sierra Chica será recordado como uno de los episodios mas sangrientos de la historia penal argentina y servirá, espero, de ejemplo para evitar que algo así vuelva a suceder.
A medida que pasaban las horas, la euforia se contagió a otras partes del país.
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