Cuando la cárcel fue sitiada por los Doce Apóstoles y sus cómplices, varios de los presos huyeron a refugiarse en todo Sierra Chica para escapar de la violencia incontrolable de los amotinados.
Los ex policías, homicidas y violadores temían represalias. Los homosexuales, travestís y religiosos quisieron cuidar su integridad física.
De este modo, en los pabellones 3 y 4 cerraron las puertas, pusieron candados y colocaron colchones a modo de cortinas para que nadie pudiera pasar ni ver las celdas.
Pero con el correr de las horas la violencia aumentaba y varios de los arruinaguachos habían ido a buscar a los travestís para saciar sus necesidades sexuales.
Los golpes y los gritos en todo el penal hacían imposible que este grupo de gente se sintiera segura.
Por eso, aunque poco tenían que ver unos con otros y sus historias eran totalmente diferentes, emprendieron viaje hacia la capilla. Consideraron que sería un lugar donde podrían encerrarse hasta que la furia pase.
Por eso, en la segunda noche de toma, agachados, sin hacer ruido y en fila prolija, mas de 60 internos cruzaron del pabellón 4 a la pequeña iglesia. Entre ellos iba Carlos Eduardo Robledo Puch, el asesino en serie mas famoso de la historia criminal argentina y quien hace mas de 30 años cumple su condena a reclusión perpetua en Sierra Chica.
Los refugiados pasaron seis días dentro de ese pequeño recinto. Seis días sin comer ni tomar nada, defecando y orinando todos en el mismo lugar. Seis días sin ver la luz del sol, sin dormir.
Las condiciones de salud en las que los encontraron era deplorables. Deshidratados, desnutridos, algunos con muchísima fiebre, con infecciones o enfermedades pulmonares.
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